viernes, febrero 24, 2006

UN OSITO DE PELUCHE


- ¡Ramirez!. ¡Ramirez!.

Gimenez llamó, pero Ramirez pareció no escucharlo. O lo escuchó y no quiso contestar. Gimenez empezó a ponerse nervioso. Se afirmó contra el piso.

- ¡Ramirez! - susurró con fuerza. Pero Ramirez seguía sin contestar. Gimenez observó cómo Ramirez se pasaba la mano por la frente, secándose, tal vez, la transpiración. Tenía los ojos abiertos y la mirada parecía perdida en algún lugar no muy lejano.

- Dios... - se quejó Gimenez por lo bajo. Buscó a Sanchez, a Gonzalez y a Martinez, pero no los vió. - Mierda - dijo entre dientes. Se acomodó el casco. - ¿Por qué no me...?. ¡Ramirez! - casi gritó. Ramirez se dió vuelta. Llevaba el terror dibujado en los ojos, el miedo en las pupilas dilatadas, el pánico en los labios retorcidos.

- Gi...Gimenez - murmuró y señaló hacia un punto donde Gimenez no podía ver sin asomarse y delatar su posición.

- Carajo. Que porquería.

Comenzó a moverse lentamente, casi milímetro a milímetro, para ver hacia donde Ramirez seguía señalando insistentemente.

- Gimenez...Gimenez - decía y sacudía su mano hacia ese lugar donde Gimenez no podía ver. El casco de Ramirez se movía y hacia ruido. En medio de tanto silencio, aquello era peligroso.
- Callate Ramirez -. Gimenez se puso un dedo sobre los labios. Ramirez sacudió la cabeza contestando "si". El casco seguía haciendo ruido. - El...puto...casco... -.

Ramirez buscó nervioso la correa bajo su mentón y la ajustó. Gimenez le hizo una señal para que esperara.

- A ver - se dijo a si mismo. Inspiró profundamente. Se movió tan lento como pudo. No quería ser descubierto pero tenía que ver qué era lo que había provocado esa reacción en Ramirez.

- Mierda -.

Serían tan solo 5 centímetros. Puede que 10. Recorrerlos le estaba llevando una eternidad. Ramirez lo miraba asustado, oculto, con la espalda apoyada con fuerza contra la pared, las dos manos estrangulando el fusil.

- 1... - contó Gimenez. - 2 - dijo. - Y...
- ¡Gimenez, eh! - exclamó a sus espaldas Sanchez.
- ¡La puta madre! - insultó asustado Gimenez. - Sanchez y la reputa que te parió. ¿Cómo vas a aparecerte así?.
- Eh...¿y cómo querés que me aparezca, eh?.

Gimenez odiaba esa costumbre que tenía Sanchez de terminar todas sus frases con "eh".

- No se. Pero así no - dijo conteniendo el tono.

Sanchez no se dió por enterado.

- ¿Qué pasa, eh?.

Gimenez señaló a Ramirez, del otro lado.

- Vió algo.
- Mierda - maldijo Sanchez por lo bajo. Se afirmó sobre una rodilla y echó su casco hacia atrás. - Mierda - repitió. Sólo cuando insultaba no terminaba la frase con un eh.
- Si. Una verdadera mierda - respondió Gimenez.

Llegó Gonzalez.

- ¿Qué pasa?. ¿Por qué no se mueven?.

Ramirez hacía señas desde el otro lado.

- Ahí, ahí.
- ¿Qué hay?.
- No sabemos.
- No sabemos...eh.

Gimenez fulminó a Sanchez con la mirada. Después habló con Gonzalez.

- ¿Y Martinez?.
- No se. Perdí contacto hace un rato.
- Mierda.
- Si, mierda. No se donde carajos está...
- ¡Gimenez! -. Los ojos de Ramirez saltaban de sus cuencas. Señalaba nervioso hacia ese punto donde nadie excepto él podía ver con comodidad y sin quedar desprotegido. - ¡Ahí, ahí!.
- ¡Callate que vas a hacer que nos descubran! - ordenó Gimenez.
- Bueno, che, no seas tan duro con el pibe, eh.
- Ay, Dios, cuando terminemos con esto...

Ramirez seguía agarrándose el casco y señalando.

- Bueno...¿quién se asoma? - preguntó Gimenez aunque ya sabía que sería él.

Ni Sanchez ni Gonzalez contestaron.

- Parece que voy a ser yo...de nuevo...otra vez...nuevamente... ¿no?.
- Parece...eh.
- Si...parece...eh - comentó con un dejo de ironía Gimenez. - Ahí voy...la puta que los parió - insultó entre dientes. - Bueno...

Gimenez contó 3 en su cabeza y asomó un ojo, pero no vió nada. Su rostro empezó a aparecer desde atrás de la pared. Miraba, escudriñando velozmente cada rincón. Ramirez lo observaba tenso. Gonzalez y Sanchez, milagrosamente, guardaban silencio.

- No...no veo nada - murmuró Gimenez.
- ¿Eh?.
- Que no veo nada - dijo enojado, dándose vuelta.
- Está bien hermanito, no es para que te pongas así, eh.
- Vos me ponés así.
- Uh...como estamos, ¿eh? - exclamó risueño Sanchez remarcando el último eh. Gonzalez lanzó una pequeña risa.
- Puta... -. Gimenez se asomó nuevamente, esta vez con más confianza.

Desde el otro lado Ramirez lo miraba con terror.

- Mierda...no veo nada che...Este Ram...

De repente una sombra. Menos de medio segundo.

- ¡A la mierda! - exclamó Gimenez echándose atrás tan de golpe que empujó a Sanchez y a Gonzalez que cayeron al piso. - Puta madre. Puta madre. Putisima madre - repetía agitado, arrastrándose hacia atrás.
- ¿Qué...?. ¿Que fue, que fue, eh?.

Gimenez lo miraba asustado.

- No...no se...nada...en realidad...

Desde el otro lado Ramirez hacia mímica con los labios.

- Yo...les...dije...

Gonzalez agarró a Gimenez y lo ayudó a incorporarse.

- ¿Qué viste Gimenez?.
- Nada.
- ¿Cómo que nada, eh?.
- Si...¿como que nada?.

Gimenez inspiró profundamente.

- Vi...vi una...una sombra.
- ¿Una sombra?.
- Si, una som...¿Voy a tener que repetir todo dos veces?. Si digo "vi una sombra", ¿para qué me preguntás "una sombra"?. Si ya te dije que vi una sombra.
- Bueno che...
- ¿Dónde carajos está Martinez? - preguntó cambiando repentinamente de tema.

Gonzalez se encogió de hombros.

- Probá de comunicarte de nuevo.
- ¡Gimenez! - llamó Ramirez.
- ¿Y este ahora qué quiere?.
- ¿Qué querés, eh? - preguntó Sanchez con un grito.

Gimenez le pegó un cachetazo en la nuca.

- ¿Qué hacés, tarado?.
- Uh...perdón, no me di cuenta...eh...
- No te diste cuenta, ¡y por tu culpa nos van a hacer mierda, tarado!.
- Ya le dijiste dos veces tarado, no fue para tanto lo que...

Gimenez escupía fuego por los ojos. Gonzalez decidió que era mejor mantener la boca cerrada.

- ¡Voy para allá! - dijo Ramirez.
- ¿Qué?. No...pará...

Ramirez se asomó durante unos segundos y volvió a apoyarse contra la pared. Cerró los ojos, se mordió los labios, apretó el fusil contra su pecho, sacudió la cabeza.

- Córranse para atrás - ordenó Gimenez cuando se dió cuenta que Ramirez no pensaba cambiar de idea. - Vamos a darle espacio...
- Ahí voy - dijo Ramirez. Se puso en cuatro patas. Luego apoyó su pecho contra el piso. Se asomó una vez más y arrancó.

- ¡Ahí viene, eh!.
- Vamos, vamos - lo animaba Gonzalez.

Ramirez se arrastraba cuerpo a tierra tan rápido como podía, moviendo acompasadamente brazos y piernas, avanzando por la tracción de los hombros y las rodillas.

- Mierda, mierda, mierda - repetía con cada movimiento.
- Dale que falta poco - lo animaba Gimenez.
- ¡Vamos, eh! - sacudía las manos Sanchez.

De repente Ramirez dió vuelta la cara hacia aquel punto donde los otros no podían ver y se quedó duro.

- Putamierdacarajo - murmuró.

Gimenez, Sanchez y Gonzalez también se quedaron duros.

- ¿Qué pasó, qué pasó? - preguntaba Gonzalez.
- Dale, seguí moviéndote. ¡Seguí, eh! - le gritaba Sanchez.
- ¡Apurate! - ordenaba Gimenez. Ya nadie se cuidaba de no gritar.

Ramirez volvió a mirarlos.

- Mar...Martinez - dijo.
- ¿Qué?.
- ¡Martinez! - gritó.
- No...mierda... - dijo Gimenez y se asomó.
- ¿Qué, qué ves?

Gimenez volvió pálido.

- Es...es Martinez.
- ¿Qué...?. A ver...dejenme ver... - dijo Gonzalez mientras empujaba a los otros dos.
- No vayas, eh.
- A ver... -. Gonzalez se asomó. - Mierda - murmuró.
- La concha de la lora - insultó Ramirez con la cara contra el piso.
- ¡Chicos!. ¿Qué dicen?. ¿Dónde aprendieron a decir esas barbaridades?.
- ¡Martinez!.
- ¿Martinez?. ¿Quién es Martinez? - preguntó la mujer parada en la puerta del dormitorio. - ¿Qué es esto Guillermo? - le dijo a su hijo, que estaba en el piso boca abajo.
- Martinez...¿qué hiciste?.
- ¡Es que me hacía pis!.
- ¡Te hacías pis!. Claro...te hacías pis.
- ¡No aguantaba más!. ¡En serio!.
- A ver, ustedes, vengan todos para acá...No se que estaban haciendo, pero ahora, mientras toman la leche, vamos a tener una charla. ¿Qué es eso de andar insultando así?.
- Nada ma...nada...
- Nada no...Vayan todos para abajo. Y después suben para ordenar el desastre que dejaron acá, ¿está claro?.
- Si señora - dijeron todos con la cabeza gacha.
- Será posible...vamos, abajo que se enfría la leche... y las galletitas que acabo de sacar del horno... - concluyó con una sonrisa cómplice.

Los pibes se pararon en seco. De repente sus caras parecían iluminadas por una luz celestial. Todos sonreían.

- ¡Galletitas caseras! - exclamaron y empezaron a bajar la escalera a los empujones desafiándose a ver quién llegaba primero a la cocina.
- Despacio chicos, despacio - ordenó la madre en vano. Es que las galletitas marmoladas de la mamá de Guillermo eran un manjar al que ningún pibe de la cuadra podía resistirse, una delicia a la que ningún pibe del barrio podía negarse.