(Parte III de "A la hora del almuerzo")
Lo más importante era poner a Lilu y su GRAN panza a salvo. Si no lograba esto, no podría llevar adelante mi tarea. Los chinos nos vigilaban, acechándonos desde las sombras, espiándonos con sus ojos excedidos de liftings. Podía sentir ese aroma rancio que despiden de no bañarse jamás.
Tenían soplones en el edificio. No podía contar ni con Raquel ni con Toti ni con los demás. Me dejaron solo y en su momento pagarían por ello, acompañando a los amarillos en su viaje al fondo del pozo.
Ocupé uno de los departamentos del edificio abandonado frente al supermercado de los chinos. El fondo daba a la casa de mi amigo Daniel. Sin preguntarme porqué, se encargó de comprar víveres enlatados, botellas de agua mineral, un colchón, una almohada, papel higiénico y toda la colección de Asterix y Lucky Luke por mi. Noche por medio lo visitaba, saltaba la medianera e iba acomodando todo en mi escondite.
Pasaron varios días antes que encontrara la manera de sacar a Lilu de la casa para mandarla a un lugar seguro sin que los ojos rasgados se dieran cuenta. La solución llegó con la muerte de la señora del 3 C. Nos dió una mano enorme al sufrir un infarto masivo del miocardio. Se lo merecía. Me ahorró el trabajo. También estaba en mi lista.
Un primo de Miguel manejaba la ambulancia que vino a recoger el cadáver de la mujer. Por 50 pesos accedió a llevarse a Lilu. Debía dejarla en Constitución. Ella tomaría el tren a Mar del Plata, donde vive el hermano con su familia y todos se irían al campo de unos amigos en Tres Arroyos. Me llamaría al almacén de enfrente al negocio para avisarme que habían llegado bien. Mis líneas telefónicas ya no eran seguras.
Una de las noches al llegar al departamento abandonado me encontré con un remo para ejercitarme y calmar los nervios en las largas horas que pasaría vigilando a los amigos de Pekín. Daniel lo dejó allí sin decir nada. Es un tipo silencioso pero inteligente. Ya buscaría la forma de agradecérselo cuando todo acabara.
Muy pronto los sobrinos de Brehznev estarían bailando junto a su padre, Mao el rojo.
El contacto para comprar las armas lo hizo un amigo del primo de Miguel que es policía de la Provincia. Luego de escabullirme de los hígado enfermo, fui en auto hasta la esquina que me habían indicado, a dos cuadras de la villa del Bajo Flores. Me dijeron que fuera puntual y lo fui.
Llegué al lugar de encuentro a las 10 en punto. Hice juego de luces dos veces, esperé, otras dos veces más, prendí la luz de giro izquierda, la apagué y esperé. Desde la oscuridad apareció un morocho que vestía jean, zapatillas y remera blanca. Traía un cigarrillo apagado en una de las orejas y un ojo cruzado por una cicatriz. Se apoyó en la ventanilla del acompañante, inundando el auto de olor a colonia de prostíbulo.
- Mi nombre es Perú - dijo.
- No es mi culpa - sugerí.
Se quedó sorprendido. Empezó a medirme.
- Arruinás el trato que quiero cerrar con tu jefe y te empareja los ojos -.
Lo pensó un instante. Prendió el cigarrillo.
- Al que me prestó el auto no le gusta que fumen adentro - dije.
- Lo siento por vos - contestó. - Vas a tener que ventilarlo muy bien -.
Nos internamos en la villa. No tenía porqué preocuparme. Nadie se atrevería a tocarme mientras estuviera con Perú o cualquier otro de los hombres de La Curva, el que me vendería las armas.
Al doblar una esquina nos encontramos con una mansión emplazada entre decenas de casillas de lata, cartón y rejuntes. Habían 5 ó 6 tipos haciendo guardia, aunque me pareció que algunos micos del zoológico lo harían mejor por unas pocas bananas.
- ¡Qué puntualidad! - exclamó La Curva cuando entré al enorme salón en el que estaba cenando. En un rincón había tres putas fumando y mirando a todo volumen "Polémica en el bar" en un televisor de 33 pulgadas.
- ¡Bajen esa mierda! - ordenó La Curva. - Tenemos invitados -. Las putas hicieron caso de mala gana.
- Por favor, sentante - me invitó. - ¿Querés tomar algo?. ¿Un vino?. ¿Whisky?. ¿Cerveza? -.
- Agua mineral - pedí. Perú se rió a mis espaldas. Aquella burla colmó mi paciencia. Sin siquiera mirarlo, dije:
- Acercate un poquito -.
Se paró a mi lado. No le di tiempo a nada. Lo agarré del cuello y le partí la nariz contra la mesa. Cayó al piso con la cara cubierta de sangre. La Curva dejó el tenedor en el plato
"¡Buen tempo!"
exclamó
"¡Sáquenlo!"
dijo a algunos de sus hombres y siguió cenando. Las putas apenas si prestaron atención al incidente.
- Un arsenal impresionante el que querés comprar - comentó La Curva.
- Puede ser. Me dicen que usted es el mejor. Supongo que no tendrá problema en conseguir todas las piezas -.
- Ninguno. Tutéame por favor -.
- Bien. Si puedo tutearte, tengo que decirte que hay una condición para cerrar el trato -.
La Curva dejó de comer.
- ¿¡Condición?!. ¡Ninguna condición!. Consigo la mercancía, vos pagás. Esas son todas las condiciones -.
- No te enojés, Curvita. La única condición que tengo tiene que ver con mi curiosidad -. Hice una pausa. - ¿Por qué te dicen La Curva? -.
Empezó a reírse a los gritos. Pude ver la comida que tenía en el estómago.
- ¡¿Por qué me dicen La Curva?!. ¡¿Esa es tu condición?!. No lo puedo creer. Ahora te explico. ¡Pamela!. ¡Pamela! - llamó a una de las putas. Se levantó una morocha vestida con una remera cortita, una bombacha negra hundida en la raya de un culo precioso y nada más.
- Es traba - me aclaró La Curva sin que le preguntara. Pamela me lanzó una sonrisa. Se me puso dura al instante.
- El señor quiere saber porqué me dicen La Curva -.
- ¿Es curioso? - me preguntó Pamela.
- Por naturaleza - contesté.
La Curva se desabrochó el pantalón y sacó un miembro enorme. - Chu páme la pija - ordenó al traba, que se metió todo (TODO) ese pedazo de carne en la boca. La Curva gozaba a lo loco. Cuando consiguió una buena erección, sacó la pija de la boca de Pamela y me la mostró. Tenía la forma de una medialuna gigante.
- ¿Satisfecho? - preguntó.
- Si - dije sorprendido. - Cuando quieras... -.
Volvió a meterla en la boca del travesti.
- Tragátela toda - dijo. Unos segundos después acabó. Pamela gemía mientras se pasaba los dedos por los labios llenos de leche.
- Traeme el postre - le dijo La Curva. - Cuando la quieras, es tuya - ofreció.
- No, gracias. Soy casado -.
- ¿Y? -.
- Por ahora paso - dije, declinando el ofrecimiento gentilmente.
La Curva se sirvió postre tres veces. Tenía un apetito voraz.
- La chupada de pistola - comentó.
Con el café me ofreció un porro que acepté. El se tomó un par de líneas de coca.
- Ahora si. Hablemos de negocios. Vamos a mi oficina - sugirió.
- Linda lista. Cohetes, escopetas, bazooka, ametralladoras, armas automáticas...¿una Glisy? -.
- Si -.
- Qué curioso. El último que me encargó una Glisy también tomó agua mineral. Y tampoco se quiso cojer al traba -.
- Ahá -.
- Resultó que era puto. Le dije que para conseguirle un arma como esa, me tenía que chupar la pija -.
- Interesante -.
- Me la chupó como los dioses. Cuando se la estaba dando, le dije que el trato había cambiado: además le iba a acabar en la boca. Ningún problema. Se tragó el guascaso con gusto -.
- Qué bien -.
- Así que... -.
- ¿Así que qué? -.
Se empezó a desabrochar los pantalones.
- La Curva, disculpame, pero dos segundos después que esa pija entre en mi boca, te la corto. No te van a decir más La Curva, te van a llamar El Muñón. ¿Estamos claros? -.
La Curva me miraba como si no entendiera.
- ¿Estamos claros? - repetí con más fuerza.
- Si - me dijo perplejo. Se acomodó el pantalón, revisó la lista, y acordamos precio, cantidad y plazo de entrega.
- ¿Vas a armar a una banda con esto? - preguntó.
- No -.
- ¿Tenés problemas con algún distribuidor? -.
- Tampoco -.
- ¿Un chulo díscolo? -.
- Chinos - contesté ante su insistencia.
- ¿Chinos?. ¡Asquerosas sabandijas orientales!. ¡Liquidalos!. ¡Hace los mierda!. ¡Que vuelen por el aire!. ¡DERRIBALES LA MURALLA A ESOS HIJOS DE PUTA! - se entusiasmó La Curva. - Pequeño detalle: ¿qué te hicieron? -.
- Me vendieron hamburguesas en mal estado -.
- ¡¿Eso fue todo?! - se sorprendió.
- Y pan vencido. Todo mohoso - aclaré.
- La mierda que sos un tipo jodido. Espero que nunca te enojés conmigo -.
- Conseguime las armas como acordamos y todo bien -.
- Es un trato. Y no te olvides la guita -.
La Curva me acompañó hasta el auto. Antes de irme, me dió el teléfono de Pamela.
- Cuando quieras. Ya sabés -.
- Dale mis saludos a Perú - dije, y me fui.
Dos días después me instalé definitivamente en el departamento abandonado, donde viviría hasta el día D, día D hacerlos mierda.
Le regalé a Daniel y a su familia un crucero de 1 mes por el Caribe. Su casa quedó a mi disposición, aunque pasaba la mayor cantidad de horas vigilando el supermercado, donde la actividad se había incrementando en forma vertical. Los chinos estaban frustrados, nerviosos y asustados por haberme perdido el rastro. ¡Imbéciles!. Si en aquel momento hubieran sabido lo que les esperaba...
La Curva y sus secuaces no me preocupaban. Minutos después de hacerme con las armas, la policía recibió una denuncia anónima que revelaba la ubicación del cuartel general de la superbanda. Le cayeron encima con todo lo que tenían, incluyendo tanquetas y helicópteros artillados. Fue una masacre y un golpe de imagen estupendo para la yuta. Mis huellas estaban borradas.
Con Lilu en un lugar seguro, con Daniel recorriendo las aguas del Caribe, en posesión de aquel arsenal, visité mi departamento por última vez antes de desaparecer por completo.
Vigilé el supermercado por 2 semanas. Los chinos iban, venían, gritaban, peleaban. Cada vez eran más. La actividad nunca cesaba. No me importaba cuántos fueran. Más chinos el día que los atacara, más chinos que abandonarían nuestro suelo rumbo a la tierra de sus padres...en varios cajones.
El escondite estaba atestado de pertrechos, armas, municiones y un equipo de altoparlantes por los que pasaría música al estilo "Apocalypsis now" cuando cayera encima de los culos color patito. Más tarde que temprano descubrí que había música muy cruel para atacar a los sucios supermercadistas orientales.
Aunque todo estaba perfectamente planeado, tuve que cambiar mis tiempos de ataque abruptamente. Un sábado por la tarde me vi sorprendido por la llegada de cierto personaje del que, creía, ya me había desecho: Perú. De algún modo el hijo de puta se salvó de la redada, y, conociendo mis planes, se acercó para ayudar a mis amigos chinos. Nada grave. Solo reajusté mis horarios. Atacaría aquella misma noche y el dichoso Perú sería otra frutilla más del postre.
A las 9:15 estaba listo, todas las armas cargadas, mi rostro pintado de negro, el chaleco de kevlar ultrafino y mis ropas de asalto puestas.
A las 9:25 llamé a los "gooks" para decirles que alguien me había visto en mi antiguo departamento.
A las 9:28 detoné por control remoto la carga que coloqué en la cabina subterránea de Edenor. Al estallar la pequeña bomba se cortó la energía en más de 30 manzanas a la redonda. Las luces de emergencias se prendieron en el supermercado.
A las 9:30 tres chinos voltearon la puerta de mi departamento y entraron a fuego de ametralladora. Cuando se dieron cuenta que el sitio estaba vacío, era tarde. Varias cargas de C-4 explotaron en ese instante, desintegrándolos en partículas diminutas, derrumbando también la mitad del edificio. Los escombros enterraron a Toti, Raquel y algún otro traidor. La mujer de Toti, por supuesto, se salvó. En el momento de la explosión estaba en la terraza colgando ropa...y chupándole la pija al hijo de la del 2º C.
A las 9:31
- ¡IT'S PEIBAAAACKKKK TAAAAAAAIMMMMMMMM! -.
Empieza la música...
"If you wanna be my lover..."
...a todo volumen. Ahora soy Robert Duvall guiando a la caballería hacia la asquerosa aldea. Los pupila estirada empezaron a gritar órdenes y a correr por todos lados, ocultándose en el negocio, cerrando las puertas. Inútil. Salí desde la oscuridad. Ni siquiera tuve que cruzar la calle para abrir las rejas del infierno.
- Nou problema nene. A esto no hay cerradura que se le resista -.
"...you got to be my friend..."
Nunca sabrían qué pasó. Disparé uno de los cohetes Impala. Los cuatro que estaban en la entrada volaron por el aire, arrasados por la bola de fuego y los hierros retorcidos de lo que antes fuera una puerta corrediza.
Cuatro gooks menos.
"...love will last forever..."
Entré al negocio antes que el resto de la banda pudiera siquiera em pezar a defenderse.
- ¡BIENVENIDOS A LA RUEDA DEL ADIOS, DONDE EL PRIMER PREMIO ES LA MUERTE Y EL SEGUNDO PREMIO CONSISTE EN...NAAAAAADAAAAAAAAA! -.
Me recibió una lluvia de balas. Alcancé a esconderme tras la heladera del carnicero. Porque los chinos eran truchos hasta en eso: la carnicería estaba ADELANTE y no en el FONDO, como en el resto de los su permercados. ¡Asquerosos gandules!. Estaban a punto de pagarlo...y en contado efectivo.
No podía moverme. Disparaban desde todos lados. Asomé un poco la cabeza y conté. Cinco piel amarilla tras la góndola de las conservas. Tres en las oficinas en el entrepiso. Y esos eran solo los que estaban a la vista.
Tomé la M-60, activé el lanzagranadas y disparé una ráfaga hacia el entrepiso. Si alguna vez allí hubo vida, fue antes que yo llegara de visita. Los chinos cayeron sobre sus compañeros, gritando, envueltos en llamas. Aproveché el caos del momento, salí de mi escondite y les vacié el cargador. ¡Vaya espectáculo!. La salsa de tomate mezclada con la san gre de los orientales, las remolachas, las arvejas y el atún. Ocho abajo. Doce en total. "Vamos ganando".
Recorrí la sección de las bebidas. Era lo mejor del local. Al menos los vinos no tienen vencimiento. De repente las botellas comenzaron a romperse sobre mi cabeza. Me cubrí tras los jugos de frutas. Varios chinos venían por el pasillo del medio. Tomé la Uzi, me arrojé al piso y disparé a las piernas. Cayeron todos con las rodillas, tobillos y pies destrozados. Me acerqué rápidamente. Algunos todavía estaban vivos, retorciéndose a los gritos.
- ¡ESTRAIK DOS, HIJOS DEL SOL NACIENTE! -.
- Nos-otros chi-nos, no japoneses -.
- Tarde para aclararlo hermano. Bang, bang. Estás liquidado -.
- Piedad - gritó uno de los sucios orientales.
- Lo lamento brader. No tomamos prisioneros - dije y los remate.
4 y 6 y 8, 18.
"...friendship never eeeeendss..."
- Esto es por las ESPAIS GERLS, ¡hijos de puta! - grité trepado a los estantes de los artículos de limpieza. Varios gooks cayeron bajo las balas de mi escopeta Benelli.
- ¡Gra-cias Ter-mi-na-tor! -.
Bajé de la góndola de un salto. Se produjo un silencio sepulcral. Alguien pisó una bolsa de azúcar a mis espaldas. Craso error. Me di vuelta y disparé la escopeta casi sin apuntar. No le di tiempo a nada. Era la cajera del otro supermercado, que murió en ese instante con el estómago agujereado por las balas. Mi rostro fue lo último que vió en esta vida.
- ¡Chin huan!. ¡Chin huan!. Es tu turno... - llamé.
- Spice Girls inglesas...no chinas - contestó el muy cobarde, escondido en algún rincón.
- ¡Y a mi que mierda me importa! - contesté.
- En China tene-mos músic-os mejores - me dijo.
- ¡EEEEEEEESTA GUACHITO! - grité.
- A nosotros no gustan Spice Girls tampoco - se defendió el cagón.
- ¡AHA!. Pero seguro que les gustan los BACKSTREET BOYS, putos del orto... -. Algo raro pasaba. En aquel momento me di cuenta que Chin huan trataba de distraerme. Me di vuelta y vi a tres chinos que venían caminando sobre los estantes de los aceites. Para no hacer ruido, no habían cargado sus armas. ¡Imbéciles!. Ese fue su última equivocación. Disparé la Grisly. Con la mira láser no desperdicié ni una bala. ¡Pum, pum, pum!. Una bala por cráneo, sus cerebros salieron a ver la luz del día. Aquellos pestilentes no valían más que eso.
- ¡Chin huan!. Ahora también te voy a castigar por ROMANCE 4 ¡chupa pijas! -.
Algo me golpeó la espalda. Fue como una patada de un burro en celo. No supe que era hasta que llegué al suelo. Me habían disparado por atrás. Todos mis huesos se estremecieron. Por suerte tenía el chaleco antibalas. Pegué con la cara contra el piso y me quedé quieto, esperando. Solo había una persona capaz de tal traición.
- Hola cariñito. ¿Te acordás de mi? -.
Era Perú, quién otro. Ni siquiera respiré. No se me movió ni un pelo.
- ¡Está bieeeeeen muerto! - gritó. Todavía tenía la nariz hinchada por aquel golpe que le diera en lo de La Curva. Me pateó un par de veces, pero me hice el muerto. Entonces me dió vuelta con uno de los pies. Como en nuestro encuentro anterior, no alcanzó a reaccionar. Le apoyé la Grisly en los huevos...
- Saluda a tu abuela de mi parte -
...dije, y disparé. Voló un par de metros en el aire y cuando cayó, ya estaba muerto. Lástima. Se habría ahorrado el dinero de la operación para el cambio de sexo.
Varios chinos aparecieron corriendo desde el frente del negocio. Era el momento de estrenar la M-16. No me defraudó. Era un arma de primera. No quedó ni un solo chino en pie. Ni siquiera tuve que tomarme el trabajo de rematarlos.
- Chin huan, ¿cómo se llama tu hermana la cajerita? -.
Silencio absoluto.
- Aerolíneas De La Muerte informa que debido a problemas técnicos, todos uds. ¡SE MUEREEEEEEEN! -.
- Me entlego, me entlego - suplicó Chin huan entre lágrimas, arrastrándose en sus rodillas, llorisqueando, con las manos levantadas. - No me mate, por fa-vor - rogó. - ¡Era mi hel-ma-na la que vendía la melcadelia vencida!. Yo no quer-ía...se lo juro, se lo juro...por favor, no me mate -.
Me quedé duro.
- Chian huan, Chin huan - le dije con tono tranquilizador. - Te entregaste y reconociste tu culpa. ¡Qué bueno!. Te felicito Chin. Eso está bien. Muy loable. Muy lindo. En serio te digo. Muy pero muy bien... -. Suspiré. - Pero, ¿qué querés que te diga broder?. Para pedir perdón, andá a la iglesia - dije, le apoyé la escopeta en la cabeza y disparé. Los pedazos de cerebro, huesos y pelos volaron para todos lados. Mi ropa quedó hecha un pegote inmundo. Tenía toda la cara salpicada de sangre.
- ¡Espero que este hijo de puta estuviera sano, la concha de su putísima madre! -.
Solo faltaba la cajera.
- ¡Cajerita dime túuu...! -
Empecé a recorrer el supermercado, plagado de cadáveres, destruc ción y muerte oriental.
- Me parece que van a tener que pintar de nuevo - sugerí. Nada. Ni un movimiento. Solo el sonido de La Parca. O la hija de puta se había escapado o estaba muy bien escondida. Fui hasta la heladera de las gaseosas. Pensé en tomarme una latita. Tanta matanza me había dado sed. Además le estaría tendiendo una trampa infalible a la última china que quedaba en pie.
- ¡La reconcha de su madre!. ¡No puede ser, che!. ¡Supermercado del culo!. ¿Será posible?. Pero...¿no tenés Pepsi light? - pregunté ofuscado.
- Recibir mañana - contestó la cajera. Como Roger Rabbit, no resis tió la tentación y fue traicionada por su propia naturaleza.
- Cajerita ya sé dónde estás, y te digo algo: rezá y andá despidién dote, porque te vas a MORIIIIIR sin extrema unción, ¡conchita horizontaaaaaaaaaal! -.
Caminé entre las góndolas, esperando que ella viniera a mi..
- Vamos, mi amor, tengo una sorpresa para vos -.
Me quedé parado en una puntera, junta a las sopas instantáneas y los caldos, quieto, sin respirar, sin que un poro de mi piel transpirara, sin que mis pupilas se dilataran ni mi adrenalina subiera por el olor de la sangre aún tibia.
Ella vino a mi...
- ¡NOC NOOOOOOOOC! -.
La hermana de Chin huan se encontró con la bazooka portátil apoyada en el pecho. Los ojos se le salieron de las cuencas. Abrió la boca para gritar...
...pero no tuvo tiempo.
Apreté el gatillo y salió despedida hacia el fondo del local donde estalló al chocar con la pared, desintegrándose junto con los chizitos, las papas fritas y los maníes. ¡Si señor!.
- ¡STRAIK TRES MADERFAKERS!. ¡ESTAN OUT OUT OUT! -.
Sus padres no tendrán que preocuparse en reconocer el cadáver ¡porque no habrá ninguno!.