sábado, abril 24, 2010

TIZA BORRADOR

(Ejercicio de taller de narrativa del Profesorado)


¿Sera posible ver a Hugo Scalamati sin una tiza en su mano?. ¿Conocen ustedes a alguien que una vez, no dos ni tres, sino que una vez y sólo una, haya dicho “No sabés lo que me pasó ayer: lo vi al Hugo y no llevaba una tiza en la mano”?. Si tal persona existe, yo no la conozco.


Hugo Scalamati era un tipo común y corriente. No usaba barba, bigote ni patillas ni el pelo largo ni muy corto ni un peinado estrafalario. Su ropa no era de colores estridentes o llamativos, sino todo lo contrario. Sus zapatos no tenían nada de particular, no eran muy nuevos ni tampoco muy viejos ni estaban muy gastados pero se notaba que llevaban un tiempo siendo usados. Vestía camisas de corte tradicional, un traje de segunda marca, pero no corbata ni moño ni corbatín. En el barrio nadie sabía en qué trabajaba. No se hacía notar, a excepción, claro, de la tiza que llevaba siempre, día y noche, noche y día, en su mano.


No hablaba mucho pero siempre nos decía que aquella tiza, blanca, larga, sin punta, polvorosa, era una pieza vital de su trabajo.


En el barrio ya nadie le preguntaba “Hugo, ¿por qué siempre llevás una tiza en la mano?”. Se habían acostumbrado a verle la mano y la ropa constantemente manchados del típico polvillo blanco que despidan las tizas.


Una tarde de Mayo del ’81 apareció un tipo preguntando por Hugo. “Tiene algo que es mío” le dijo a Juancito, el de la verdulería, que nos contó que el traje del tipo también estaba todo manchado de blanco, como la ropa de Hugo.


- ¿Y vos qué le dijiste?

- ¿Qué le voy a decir Gordo? – le contestó Juancito al Gordo Roberto. – Que lo conocía. Si yo al Hugo lo conozco desde hace años.


3 días después Ramón vió al mismo tipo parado en una esquina. Lo reconoció por las manchas de tiza en el traje.


- Tenía una cara de loco – nos dijo Ramón.

Una semana más tarde los muchachos estaban tomando Gancia y comiendo una picada en el bar del Gallego, cuando vieron pasar al tipo, que iba olfateando el aire.


- Che, habría que avisarle al Hugo que este tipo lo anda buscando. Capaz que lo quiere boletear.

- ¡Pero mirá si va a ser para tanto! – exclamó el Petiso Fermín.

- Y, no se, pero ¿vos viste la pinta de este tipo?. ¡Encima anda diciendo que el Hugo tiene algo que es de él!. Yo no se...

- ¡Pero no jodás Gordo!. Mirá si va a ser tanto quilombo por una ticita...

- Por ahí no lo busca por la tiza – terció Ramón.

- ¿Y por qué mierda lo va a buscar sino es por esa tiza que lleva siempre en la mano?. No creo que sea por la charla. El tipo no destaca en nada. Guita no tiene. Mina tampoco. Si tiene algo del tipo no se que pueda ser sino es la tiza, y al final es una ticita nomás. O sea...no puede ser que alguien lo esté buscando por un pedazo de tiza de colegio. ¡Ni siquiera se porqué estamos hablando de esto!.

- Capaz que estuvieron juntos en el loquero y Hugo se fue antes con la tiza del otro loco – bromeó Juancito.

- Eso que lleva Hugo no es tiza, muchachos.


Los muchachos se quedaron mirando a José, el gallego dueño del bar.


- ¿Qué decís gallego? – preguntó Ramón.

- Que os digo que eso que lleva Hugo en la mano no es ninguna tiza.

- ¿Y vos cómo mierda sabés que eso no es una tiza? – preguntó Fermín de mala manera, ganándose la mirada reprobatoria de sus compañeros de mesa. - ¿Qué pasa che?. ¿Ahora no puedo decir “mierda”?.

- Seguí Gallego – dijo Roberto resoplando.

- Pues...una tarde vino aquí a tomar te, mezclado con ese líquido verdoso que siempre le pone él. Hace años que viene a las 4 y media en punto, pide un te y lo mezcla con una especie de pasta verde medio líquida que nunca me animé a preguntarle qué era. Pero esa tarde en vez del líquido verde le echó uno color marrón. Yo lo noté un poco distraído a Hugo, pero no le dije nada. Hombre, que al fin y al cabo en mi bar cada uno le echa a su te lo que se le antoje echarle. El caso es que después de unos minutos Hugo se puso más bien raro, como borracho. Jamás lo había visto así. Se tambaleaba y cuando hablaba, pues que no le entendía ni J. Tan mal lo vi que en momento hasta pensé que soltaría la tiza.

- ¡¡No!! – exclamaron los muchachos al unísono.

- Os lo juro por mi santa madre que está enterrada allá en Galicia – dijo el Gallego mientras se hacía la señal de la cruz. – Luego de un rato empezó a hablar en distintos idiomas: en italiano, en inglés, en portugués, en francés, creo que en alemán y ruso, chino o japonés y hasta creo que algunas lenguas africanas. De repente volvió a hablar en castellano. Entonces me mostró la tiza y me dijo con acento de película de Hollywood doblada al español “Si esto llega a caer en las manos equivocadas, amigo, despídete”. “¿Pero de qué coños me hablas Hugo?. Hombre que estás muy raro” le dije. “Hugo. Siempre me causaron gracia los nombres que ustedes los humanos usan” me dijo.

- ¡Pero andá Gallego!. ¡Dejate de hinchar las pelotas! – exclamó Fermín. - ¿Ahora me vas a decir que Hugo es un extraterrestre?. ¡Tomátelas! -.

- Pero si serás maleducado – lo reto Ramón. – Disculpá Gallego. Dale, seguí.


El Gallego se reclinó un poco sobre la mesa. Miró a los muchachos uno por uno.


- Muchachos: Hugo me explicó que eso que él lleva siempre en la mano no es una tiza.


El Gallego hizo una pausa dramática antes de seguir hablando.


- Me dijo que eso que lleva siempre en la mano es en realidad una llave.

- ¿Una llave?.

- Si, una llave.

- ¿En serio?. ¿Una llave?.

- Que si hombre. Que es digo que Hugo me dijo que eso era una llave.

- ¿Una llave para qué? – preguntó Juancito.

- Pues no lo se. No me lo ha dicho y no he querido preguntaro. Pero lo que sí me dijo es que si se abre lo que esa llave abre, estamos perdidos. Absolutamente perdidos – dijo el Gallego, remarcando cada sílaba de la palabra absolutamente.

La mesa quedó en silencio hasta que Fermín abrió la boca.


- ¿Pero ustedes se creen lo que acaba de contar este Gallego?. ¡Déjense de joder por favor y sigan tomando Gancia!. Si serán...Mirá si esa tiza de morondanga va a ser una llave. ¿Una llave de qué?. ¿De la tapa de los sesos del Hugo? – bromeó de mala manera. – Seguro que se levanta la tapa de la cabeza y se hace dibujitos en el cerebelo. ¡Por favor!. Si no aguantan el Gancia, no chupen che.

- Os digo lo que él me dijo – se defendió el Gallego.

- El Hugo está reloco hermano, nada más. Chalado. Le faltan varios jugadores. Se le perdieron varias bolitas del frasco – dijo Fermín.

- No se, no se – caviló Ramón.

- Ramoncito. Tomá. Comete otra aceituna y despreocupate.

- ¿Te parece? – preguntó Juancito.

- ¡Pero sí hombre!.


El Gallego se incorporó de nuevo.

- Miren, que yo no se, pero a mi me sonó bastante convincente.


En eso vieron pasar por la vereda frente al bar al tipo que buscaba al Hugo, con la tiza en la mano, y al Hugo, rengo y golpeado, corriéndolo hasta que cayó al piso y ya no se movió más. Apenas unos segundos más tarde escucharon una explosión que resquebrajó los vidrios del bar. Un resplandor encegueció a los muchachos. Después de unos instantes, los primeros edificios comenzaron a derrumbarse como torres de cartas pisadas por un elefante. La calle se hundió ante sus ojos, tragándose árboles, autos y todas las veredas. Los postes de luz desaparecieron dejando tras de sí un rastro de chispas y llamaradas. La gente no tenía ni tiempo de darse cuenta qué pasaba.


- Que lo parió – murmuró Fermín con el vaso de Gancia todavía en la mano.


De pronto, todo se oscureció.