(Ejercicio de taller de argumentaciòn del Profesorado)
- Buenos días padre Flanagan.
- Buenos días.
El padre Flanagan se sienta en el banco que O´Reardon dejó en el pasillo.
- ¿Cómo estamos hoy? - pregunta.
- Mmmm...buen...pues veamos: sigo detrás de estos malditos barrotes. La maldita Corte Suprema del Estado rechazó mi última apelación y la maldita perra de mi ex esposa no me deja ver a la niña...
- Imagino que tendrá sus razones.
- ¡Seguro que las tiene padre!. ¡Seguro!. Pero sigue siendo una maldita perra.
- Entiendo Freddie.
- Así que básicamente estoy igual que ayer. O peor: falta un día menos para que me inyecten.
- Es cierto. Cada vez falta menos Freddie.
- Gracias por obligarme a recordarlo una vez más, padre Flanagan.
Me levanto del catre, acerco una silla a las rejas de la celda y me siento allí.
- ¿Está cómodo padre?. ¿O´Reardon lo trata bien o le da la lata?.
- Pues, me trata bien. Si, debo decirlo, me trata bien. Freddie. ¿Pensaste en lo que hablamos ayer por la mañana?.
- Ayer por la mañana me dijo usted muchas cosas padre y a decir verdad, no presté mucha atención a gran parte de ellas. Usted sabe...en estos momentos mi relación con Dios no está a la cabeza de mi lista de problemas.
- Entiendo Freddie.
- ¿Entiende padre?.
- Si Freddie, entiendo, de verdad.
El buen padre Flanagan, con la biblia en sus manos.
- Dime Freddie, ¿no quieres hacer las paces con el Señor antes de partir?.
- Padre Flanagan, lo cierto es que Dios y yo nunca nos hemos llevado bien. En realidad nunca nos hemos llevado. Qué puedo decirle padre. Dios me odia.
- Dios no te odia Freddie. Dios no odia a nadie. Dios no odia a sus criaturas.
- Oh, sí que lo hace padre Flanagan. Claro que sí. Me odia a mi y los odiaba a ellos también.
El padre Flanagan resopla.
- Freddie, Freddie: ya hemos hablado de esto tantas veces. Dios ama a sus hijos y tú eres su hijo.
- No lo creo padre. Pero si lo fuera - y no estoy diciendo que acepto que lo soy - sería el hijo descarriado. ¡Qué digo!. Sería su hijo más descarriado.
- No lo creo Freddie.
- ¿Por qué no?.
Flanagan me estudia unos segundos. Está pensando qué decirme. Noto que está buscando una respuesta dentro de ese cerebro cristiano suyo. Sonrío.
- ¿Qué es lo que no cree padre?. ¿Que yo sea su hijo más descarriado?. Bueno, le concedo eso. Tal vez sea uno de sus hijos descarriados, porque claro, al lado de Hitler o Bush o el colombiano, no recuerdo su nombre, el maldito de los niños, los niños - repito, poniendo énfasis en la palabra niños.
El padre hace una mueca de disgusto.
- Freddie, te queda poco tiempo. Podrías hacer las paces con el Señor, amigarte con él, pedirle que te perdone por lo que has... por todo lo que hiciste, el dolor que provocaste a toda esa gente. Confiésate Freddie y el Señor te recibirá en sus brazos nuevamente. Puedes hacerlo. Sé que puedes Freddie. Busca en tu alma, mira dentro de ella y busca el deseo de ser perdonado.
- Yo no tengo alma padre.
- ¡Sí que la tienes!.
El tono del padre Flanagan me sorprende por un segundo. Saco un cigarrillo del bolsillo de la camisa.
- Le ofrecería uno padre, pero se que no fuma.
- ¿Así es como quieres que tu hija te recuerde Freddie?.
- Bueno padre - digo mientras pongo el cigarrillo entre mis labios y lo enciendo - No creo que mi hija vaya a recordarme en lo absoluto. Esa perra se encargará de hacerle olvidar quién fue su padre, si es que en realidad lo soy, porque esa golfa ha de haberse acostado con medio pueblo mientras yo salía de cacería, maldita prostituta de dos dólares.
- Cuida tu vocabulario Freddie.
- ¿Qué si no lo cuido, padre Flanagan?. ¿Piensa acusarme con O´Reardon?.
- Freddie, acepta a Dios nuevamente. Dios está en ti y en todos nosotros. Deja que el te guíe y tome tu mano Freddie. El Reino de los Cielos te espera. Arrepiéntete de tus pecados. Permítele que te perdone. Permíteme oirte en confesión Freddie.
Lo miro en silencio. El buen padre Flanagan y su biblia vieja, gastada, sin brillo.
- Sabes bien que Dios es misericordioso y que perdona aún a los que lo han olvidado por completo. Él sabe perdonar Freddie y quiere perdonarte a ti.
- ¿A mi?. ¿Está seguro que quiere perdonarme a mi?. ¿Dios no se habrá confundido de Freddie Slezinger?.
- Freddie, te escudas en tu cinismo, pero por dentro sabes que digo la verdad. Dios te espera con sus brazos abiertos.
- Lo único que me espera con los brazos abiertos, padre, es la silla.
Flanagan mira la punta de sus zapatos. Sostiene la biblia en la mano derecha. Noto que la aprieta con fuerza.
- Padre, dese por vencido.
Me estudia unos segundos.
- De verdad padre, se lo digo de todo corazón: hágalo de una vez por todas. ¿Cuánto hace que viene aquí y me siempre dice lo mismo?.
- Desde que te trajeron Freddie.
- Desde que me trajeron padre. No lo se padre, pero si no ha logrado convencerme hasta ahora, o bien sus argumentos apestan, o usted no es todo lo bueno que cree ser argumentando.
- O...
El padre Flanagan se detiene y no dice nada más.
- ¿O qué padre?.
- Nada Freddie. Nada.
Mira hacia la puerta.
- ¿Ya se va padre?.
- ¿Tiene sentido que me quede Freddie?.
- Bueno...si quiere que hablemos de beisball o de mujeres, lo tiene.
- ¡O´Reardon!.
Se oye el ruido de las llaves abriendo la gruesa puerta metálica que aísla al sector de los que esperan su hora del resto de la prisión.
- Espere un momento más padre.
Flanagan le hace una seña a O´Reardon. El guardia vuelve a salir y cierra la puerta nuevamente.
- ¿Para qué viene padre?.
- ¿Qué pregunta es esa Freddie?. Ya sabes.
- No, no lo se. Por eso le pregunto.
- Quiero que te salves Freddie.
Me acerco a los barrotes hasta que mi rostro se apoya en ellos.
- Padre, mi única salvación sería que un meteorito cayera en el pueblo, matara a todos allí, incluyendo a la perra de mi ex mujer, y destruyera estos muros para que yo pudiera escapar, escapar para poder volver a estar vivo, ¿entiende padre?. ¿Sabe de qué le estoy hablando?.
- No Freddie.
- De estar vivo, de eso le hablo. Nunca me sentía tan vivo como cuando tenía la sangre de ellos en mí padre, toda esa sangre sobre mi cara, manchando mis manos, mis brazos, en mi ropa, en mi boca. Me sentía tan vivo cuando me entregaban su último aliento. !Oh padre Flanagan!. Le digo, si no ha probado eso, no ha probado nada.
Siento su mirada de reprobación.
- Si padre. Ellos me daban vida. Y no me mire con esa cara. Me importa un bledo cómo me mire padre. Cuando los mataba, cuando apoyaba el arma en sus frentes y disparaba me sentía más vivo que nunca padre. Y si saliera de esta... jaula, volvería a hacerlo. ¿Quiere saber a cuántos maté padre?. 16. Afuera. Aquí adentro a 3 que se pasaron de listos. Pero los de aquí adentro no cuentan. No fue por placer. Fue pura supervivencia. Y no me mire mal padre, que yo no necesito alistarme en el ejército para salir a satisfacer mis ansias de sangre. No soy como esos asesina niños. No, no soy un asesina niños - digo remarcando de nuevo la palabra niños.
Los dos nos clavamos la mirada.
- ¿Quiere saber por qué dejé de matar, padre Flanagan?.
- ¿Por qué Freddie?.
- Porque me detuvieron.
Flanagan resopla.
- Freddie, Freddie.
Hace una seña hacia donde está O´Reardon. Se oye nuevamente el ruido de la llave y la pesada puerta metálica abriéndose.
- Oh, una última cosa padre: doné mis ojos a la ciencia.
- ¿En serio Freddie?.
- Si padre. Lo hice. Algo es algo, ¿verdad padre?. No me servirá para conseguir la salvación eterna, pero al menos mitigará un poco mi condena en el infierno, ¿no lo cree padre?
- No. No lo creo Freddie.
- Le digo que si ayudara, donaría el resto de mi, pero bueno, mi hígado está bastante estropeado y mi pito, padre, hace tanto que no lo uso, que ya se debe haber echado a perder.
- Hasta luego Freddie - saluda Flanagan con resignación.
- Hasta luego padre. No vuelva más.
Freddie Slezinger murió por inyección letal el 5 de marzo de 1999. Sus ojos fueron transplantados a un joven de 17 años llamado Eric Harris, quien estaba quedándose ciego debido a una enfermedad degenerativa de la córnea. La operación fue un éxito. Luego de 15 días en el Hospital Central de Denver, Eric regresó a su casa en Littleton y tras un mes de rehabilitación, le quitaron las vendas por última vez el 16 de Abril por la mañana. Su organismo había aceptado sus nuevos ojos sin provocar ningún rechazo. Todo había cicatrizado a la perfección. Eric volvió a ver por completo. Finalmente, el 20 de Abril, junto a su amigo Dylan Kliebold, llevó adelante aquello que venían planeando desde hacía meses y que su operación había pospuesto: el ataque a la Secundaria Columbine, donde él y Dylan mataron a 12 estudiantes y 1 profesor, antes de volver las armas contra sí mismos. Al final, sus ojos vieron lo mismo que tantos otros ojos habían visto tan sólo un instante antes del final: un caño, una sonrisa, y un dedo apretando un gatillo.