miércoles, abril 07, 2004

LA CHACRA


Ramirez se rascó la nuca una vez, dos veces, tres veces. Levantó la vista y se detuvo en los árboles al pie del morro, unos 250 metros al oeste de donde estaba parado.

A sus pies el cuerpo, boca arriba, los ojos abiertos, la mirada perdida en las nubes del cielo, el aliento congelado, la piel endurecida.

- 107...108...109... - murmuraba.

Escuchó pasos en el barro, tras de si.

- 110...
- ¡Ramirez! - le gritaron.

Sacudió la cabeza.

- ¡Puta madre! - exclamó mientras se daba vuelta de golpe. - ¡Ya se que me llamo Ramirez, boludo!.
- Eh...¿qué hice?.

Echó un vistazo al morro, a los árboles que se movían al ritmo de viento suave que soplaba desde el sur.

- Nada - dijo como pidiendo disculpas.

Aristizabal se paró delante del cuerpo, las manos en la cintura. Hizo un ruido con los labios.

- ¿Algo?.

Ramirez sacudió la cabeza.

- Un carajo...¿quién lo encontró?.

Ramirez señaló hacia la caseta al costado de la entrada a la chacra, la más grande en la comarca, a unos 600 metros por el camino de ripio que era la vieja ruta, yendo desde el último pavimento. Las mejores tierras del lugar, la mejor vista, los mejores canales de riego.

- ¿Cómo se llama? - preguntó Aristizabal.
- Te dije que no se.
- El muerto no. El que lo encontró.
- Ah...es Sancho...el padre de Malena...
- Malena, ¿la compañera de mi hija?.
- Ajá.

Ramirez empezó a contar de vuelta.

- 1...2...3...
- ¿Qué contás?.
- Arboles, ¿qué voy a estar contando?.

Aristizabal observó el morro. Luego echó una mirada al muerto. Se puso en cuclillas a su lado.

- ¿Te parece que mandarán a alguien de Bariloche?.

Ramirez sacó unos cigarrillos del bolsillo.

- Un carajo - repitió Aristizabal.
- ¿Qué decís?. ¿Mandarán alguien de allá?.

Aristizabal se paró y miró las nubes grises, amenazantes. Después desvió la mirada a Ramirez.

- Andá a buscar a Sancho.

Ramirez apuró el paso a la caseta.

- ¿Quién mierda sos? - preguntó al cadáver cuando se quedó solo.

Sancho y Ramirez llegaron al trote. A Sancho le faltaban varios dientes de adelante, usaba una gorra típica de peón de campo, la piel oscura, curtida por el viento y un bigote finito que le enmarcaba los labios.

- ¿Cómo le va Sancho?. Yo soy el padre de Alejandra, compañera...
- ¿Alejandra?. Si, si, la conozco...

Se estudiaron unos segundos.

- Bueno, digame Sancho... - comenzó a decir Aristizabal.
- 17...18...19...20...

Aristizabal dedicó una mirada reprobatoria a Ramirez, que dejó de murmurar al instante.

- Buena ropa - comentó Aristizabal en tono amistoso.

Sancho se estudió.

- Si, es buena, en ésta época sino...uf... - dijo sacudiendo la mano.
- ¿La compra acá?,.
- Noooooo... - exclamó sonriendo mientras echaba la cabeza para atrás. - La trae Pepe...¿lo ubica?. Que vive allá al fondo con el cubano...

Aristizabal negó con la cabeza.

- ¿Alguien quiere fumar? - ofreció Ramirez.

Sancho y Aristizabal negaron con la cabeza.

- ¿Buenos precios?.
- Buenísimos. Y la calidad... - dijo Sancho, casi orgulloso.
- Bien, bien -. Aristizabal guardó silencio unos segundos. - Cuenteme - dijo finalmente señalando el cuerpo.

Sancho suspiró.

- Ya le conté todo a Ramirez -.
- Está bien - dijo Aristizabal. - Ahora cuéntemelo a mi.
Ramirez no dejaba de mirar el morro.

- Me levanté a la mañana y cuando vi el cerro... - señaló la cima del cerro.
- Nevó - dijo Aristizabal.
- Nevó y acá abajo se quemó todo...
- Si, helada. ¿Perdieron todo?.

Sancho asintió mientras se encogía de hombros.

- ¿Perdieron todo? - preguntó Ramirez que pareció despertarse de golpe.
- Bueno...todo no...Ya habíamos levantado como 45 mil kilos por suerte. Pero estas que quedaron... -. Agarró una de las plantas a su lado.
- ¿Y las del otro terreno?.
- No, son de una sola vez. Ya no van a dar.
- ¿Entonces? - preguntó Aristizabal tratando de retomar el hilo de la conversación.

Sancho lo miró extrañado. Aristizabal miró el cuerpo en el piso.

- Ah, si...Bueno, vine a revisar y estaba todo quemado...Dije "para qué voy a seguir revisando, si debe estar todo igual". Pero no se qué pasó... -.

Se quedó mirando el cuerpo, los ojos abiertos mirando el cielo.

- ¿Qué pasó?.

Ramirez ya no contaba. Aunque había escuchado el relato una vez, se sorprendía de vuelta.

- Escuché una voz que decía "seguí". Imagínese...Yo ya había pegado la vuelta y pegué un salto hasta acá - dijo señalando un lugar imaginario a la altura de su cadera.
- Me imagino - comentó Aristizabal sin mucho interés. Ramirez no salía de su asombro de nuevo.
- ¡Qué cagazo se debe haber pegado! - comentó.
Aristizabal lo censuró con la mirada.

- Así que seguí caminando y de repente me lo encontré acá, así como lo ve -.

Sancho terminó el relato y se quedó mirando a Aristizabal.

- Gracias Sancho -.
- De nada -.

Guardaron silencio unos segundos.

- ¿Puedo...?.

Sancho señaló la caseta a la entrada de la chacra.

- Si, si, vaya nomás Sancho, muchas gracias. Ahora de salida lo vemos -.

El peón de la chacra se fue caminando por el barro.

- Un carajo.

Aristizabal se puso a estudiar los terrenos alrededor de la chacra.

- ¿Nada?.
- Nada.
- ¿Huellas?.
- Ni una.
- Y si había la helada borró todo.
- Si, pero tampoco hay huellas de autos. Esas tendrían que estar por más helada...
- Si.
- Si.

Ramirez metió las manos en los bolsillos. Aristizabal se agachó al lado del cuerpo.

- Del morro no se pudo haber tirado.
- Imposible.
- ¿Parapente?.
- No hay. Igual ya los llamé, a los que tienen la escuelita allá arriba... Nada. No falta nadie y además, ayer no salieron.

De repente Aristizabal notó algo en los dedos del muerto.

- ¿Viste esto?.

Ramirez se agachó.

- Ah, si, pequeño detalle.
- Las huellas digitales borradas.
- Borradas. No tiene.
- Un carajo.
- Dos.

Aristizabal resopló.

- ¿Vienen a buscarlo?.
- Si, ya deben estar por llegar.

Silencio.

- 5...6...7...
- ¿Qué hacés?. Estamos trabajando.
- ¿Si?. ¿Trabajando?. ¿Con qué?.
- Con esto - señaló al muerto.
- Pero...no hay con qué trabajar. Nadie vió nada. No hay huellas. Alrededor del cuerpo está todo más limpio que mi ropa recién planchada. No tiene huellas digitales. No se cayó del morro. No se suicidó. No entró caminando. No hay heridas visibles. En ningún hospedaje ni hostería falta ningún pasajero. Anoche no estaba. Esta mañana estaba así. La helada... - se paró. - Yo tengo ganas de volver a casa, tomarme un cafecito caliente, comer unas facturas y dejar que se encarguen los de Bariloche. Si vienen no me ofendo, te aclaro -.

Aristizabal lo estudió unos segundos.

- A la mierda.
- Un carajo.

- Vamos a avisarle a Sancho que lo tape con algo y nos vamos.
- Ningún problema.

Se fueron y nunca más supieron de el muerto.