miércoles, marzo 17, 2004

LAS FORSECAS

Ahí, en un costado del negocio, vi el cajón lleno de peras. Después de dar tantas vueltas y haber recorrido tantas verdulerías y supermercados, las había encontrado. Me paré a la entrada. El verdulero, más empleado que dueño, hablaba por teléfono. Me vió esperando y dijo

- Tengo que cortar - y cortó.

- Buenas tardes - dije.
- Buenas... - contestó el empleado. Tenía puesto un delantal. "Verdulería Mario" decía.
- Quisiera 2 kilos de peras, por favor -.

Hacía frío. El clima estaba húmedo. A un par de cuadras, los edificios más altos estaban tapados por la neblina. Caía una lluvia fina y molesta.

- Eh...no...pera no queda nada -.

Lo miré incrédulo. Apenas unos céntimetros detrás de él estaba el cajón lleno de peras. Le eché una mirada y enfoqué de vuelta al empleado.

- ¿Seguro que no tiene? -.
- No...eh...nada...no nos queda nada de pera... - respondió y dió un pequeño paso hacia su derecha, como tratando de taparme la visión del cajón repleto de peras.
- Mm...¿no podría fijarse a ver si le queda algo?. Porque la verdad es que necesito conseguir peras y no hay en ningún...ningún lado. ¿Me entiende?. De verdad...le estaría muy agradecido si se fijara y encontrase aunque más no sea un kilito...No son para mi...¿sabe? - inquirí amablemente.
- Eh...claro, si, lo entiendo...pero no...peras no nos queda nada de nada señor... -.
- Ajá...bueno...qué se le va a hacer - comenté. Comencé a darme vuelta como para irme y noté que el empleado respiraba aliviado.

- Aunque... - dije.
- ¿Si? - preguntó tenso.
- Ese cajón de ahí... - comenté señalando al que tenía las peras - ... ese..¿lo ve? -.
- Sssiii...si..lo veo - contestó nervioso.
- Ese mismo...no se a usted...pero a mi...qué quiere que le diga...a mi me parece que ese es un cajón de peras... -
- ¿Este de acá? - dijo señalando tembloroso el cajón en cuestión.
- Si...ese mismo...¿esas...no son peras? -.
- Ah...este... -.
- Si, ese -.
- No señor, estas no son peras -.
- No son peras...qué raro, porque a mi me parecen peras. Se ven como peras...- di un paso hacia el cajón, me agaché y sentí su aroma - ...huelen como peras y... - estiré mi mano para tocarlas, pero el empleado me detuvo.
- No señor...eso no...acá en Verdulería Mario nadie toca las frutas, excepto el dueño, Mario, y los empleados -.
- Ya veo...Pero estoy seguro que si pudiera tocarlas se sentirían como peras... - dije. - Así que usted me dice que estas no son peras... -.
- No...no señor, no son peras... -.
- Lástima que mi mujer no está acá...Mi mujer es botánica...¿sabe lo que es eso? -.
- Si, se... -.
- Son las personas que estudian el mundo vegetal ¿me entiende?. Y ella de frutas sabe un montonazo. Y yo creo que si estuviera acá, estaría de acuerdo conmigo en decir que estas - dije señalando el cajón - son peras, ¿sabe? -.
- Si...bueno...podría estar equivocada -.
- ¡Y que lo diga!. Claro...claro que podría estar equivocada...Se equivoca en tantas cosas...y nunca reconoce nada - comenté sonriendo. - Pero cuando se trata de frutas, de plantas, de vegetales...es difícil que se equivoque. Sabe mucho...muchísimo... Y se pararía acá y me diría "querido, tenés razón, esas son peras" -.
- No...per...señ...or...estas no son peras...Ya le dije -.
- Ya me lo dijo. Y entonces dígame, ¿qué son? -.
- Este...es una fruta...que no es pera -.
- Ah...qué bárbaro...¿así se llama esta fruta?. ¿La fruta que "no es pera"?. Debe ser una fruta que siempre está apurada - dije y me reí de mi chiste. El empleado no lo entendió. - "No es-pera". Está apurada... -.
- Ah - murmuró él.
- ¿Y?. ¿Me va a decir o no cómo se llama esta fruta? -.
- Bueno...se llama...se llama... -
- Dígamelo buen hombre de una vez... -.
- Forsecas...se llaman forsecas -.
- ¿Forsecas? - pregunté.
- Si...eh...forsecas... -.
- Ajá...me pareció que no había escuchado bien pero dijo...¿for-se-cas? -.
- Si, si, eh...forsecas. Son forsecas... -.
- Nunca escuché hablar de esa fruta -.
- No señor...eh... es que...es una fruta muy rara... -.
- No como la pera -.
- No como la pera -.
- Pero se ven como peras...Yo diría que es hermana gemela de la pera. Lástima que mi mujer no está acá...¿Le dije que era botánica? -.
- Si, si...me dijo -.
- Hace 3 años que estamos casados. 3 años. ¿Usted es casado? -.
- Si...si, soy casado -.
- ¿Y tiene hijos? -.
- Si, tengo 2... -.
- Que bien...que bien...yo todavía no tengo...Forsecas - murmuré.
- Si - titubeó el empleado
- Parecen peras -.
- Si usted lo dice... -.
- Si, si, lo digo...¿Sabe que voy a hacer?. Ya que son tan tan igualitas a las peras me voy a llevar algunas "forsecas", ¿no?. Total ¿quién va a notar la diferencia? - pregunté.
- No...no puede ser señor - afirmó el empleado. Le sudaba la frente.
- ¿Cómo que no puede ser?. Peras no tiene y estas "forsecas" se le parecen tanto...a mi me da lo mismo -.
- Claro...si...pero resulta que este cajón...éste cajón está todo reservado -.
- ¿Reservado? - pregunté sorprendido.
- Si...reservado para un cliente... -.
- No sabía que uno podía reservar frutas...¿Y cómo hizo este cliente para reservarlas? -.
- Llamó por teléfono -.
- Por teléfono... -.
- Si...es un muy buen cliente...hace...hace 2 minutos llamó -.
- Ajá...qué raro...digo, porque hace 2 minutos yo estaba acá y el teléfono no sonó para nada... -.
- No...bueno...2 minutos...por ahí un poco más...Ah...justo cuando usted llegó...¿vió que estaba hablando por teléfono...? -.
- Si...si...pero no parecía estar hablando con un cliente. Más bien parecía que hablaba con alguien conocido...una novia tal vez... -.
- No señor, no tengo novia. Soy casado... -.
- Si, casado. Yo también soy casado...¿le dije, no es cierto? -.
- Si, si, me dijo... -.
- Si...es lindo estar casado si uno se lleva bien... -.
- Si, es lindo - contestó con una sonrisa.
- ¿Se lleva bien con su esposa? -.
- Si, si -.
- ¿Y se quiere seguir llevando bien? -.

El tipo miró pero no entendía. Se fue para el lado de la caja. Tocó algo al costado de la mesa.

- ¿Qué tocó ahí? - pregunté.
- No...nada -.
- Nada...¿qué tocó? - volví a preguntar.
- Eh...este es el timbre...para que venga el que me tiene que reemplazar...ya termina mi turno... -.

Miré mi reloj. Eran las 4 y 17.

- Horario extraño para cambiar. ¿A que hora termina, a las 4 y
22? -.

El empleado sonrió nervioso. Miré alrededor, recorrí las frutas y las verduras con la mirada y me volví hacia el tipo.

- ¿Sabe qué vamos a hacer? - dije mientras desabrochaba el sobretodo. Era de cuero negro y me llegaba hasta los pies. Siempre me gustaron, pero nunca había podido pagar uno hasta aquel momento. Son caros, bien caros.

- En vez de las peras...me voy a llevar forsecas. ¿A cuánto está el kilo? - pregunté mientras terminaba de desabotonarme.
- No...bueno...el problema no es el precio, es que no se las puedo vender... -.
- Bueno...no me las puede vender...Pero me puede decir el precio, ¿verdad? -.
- Si, si...claro -.

Se hizo un silencio.

- ¿Y? - pregunté de nuevo. - ¿Cuánto está el kilo? -.
- Eh...cof..cof - tosió - 250 dólares el kilo -.
- Ahá - comenté sin sorprenderme. - 250 el kilo. ¿Y tienen alguna
promoción?. Digo...como las mandarinas, ¿3 kilos por 2 pesos o al
go así? -.
- No...no...señor... -.
- Bueno... - murmuré mientras abría el abrigo, tirándomelo para los costados. El empleado se quedó helado. Empezó a ponerse pálido. Se tuvo que agarrar de la mesa donde estaba la caja registradora. No era para menos. Abajo del sobretodo llevaba colgadas dos Uzis con cargadores triple; 6 granadas; 2 9 milímetros y 2 Glocks alemanas, de porcelana; una escopeta recortada y cargadores extras para todas las armas. El empleado parecía un fantasma. No hizo falta que mostrara la colección de cuchillos y las Magnum que llevaba en la espalda.

- ...a 250 dólares el kilo... -

Metí una mano en uno de los bolsillos del pantalón. Tintinearon unas monedas.

- Ah...si...acá están... -.

Saqué las monedas y las puse sobre la palma de mi mano. Empecé a contar.

- 1,75...acá dos de 25...3 de 10 centavos...2,55...si... bárbaro...Me voy a llevar 4 kilos...por 2,55...¿está bien...? - pregunté con amabilidad.
- Ssssii...si...clar...o...q...ue..est... -.
- Ponelas en dos bolsas por favor -.

Empezó a llenar las bolsas de "forsecas".

- A mi mujer le van a encantar. ¿Es botánica?. Le había dicho -.

El tipo se meó encima. Terminó de llenar las bolsas y me las alcanzó.

- Te dejo las monedas acá al lado de la caja. Me vas a tener que hacer un favorcito más... -.

En ese momento llego Mario, el dueño del local.

- ¿Qué pasa acá? - preguntó ofuscado. - Estaba durmiendo la siesta y... ¿Qué hacés con eso? - dijo enojado, mirando a su empleado. - No te dije que... -.

En ese momento me di vuelta. El tipo se quedó duro cuando vió lo que cargaba.

- ¿Decía? - pregunté.
- No...nada... -.
- Espereme un segundito por favor Mario. ¿Cuál es tu nombre? - pregunté al empleado.
- Ricardo -.
- Ricardo. Muy bien. Te decía: necesito que me hagas un favorcito más. ¿Ves ese auto rojo ahí estacionado? -.
- Si, si -.
- Bueno...acercate hasta ahí con las bolsas de fruta. La que está sentada es mi esposa...no te asustes por la panza que tiene...está hecha...una vaca...embarazada...pero yo no le voy a decir eso, ¿no?. Vos sabés como es, Ricardo -.

El empleado no contestó.

- ¿Sabes cómo es o no?. Tenés chicos... -.
- Si, si, se cómo es -.
- Bueno...todo este asunto de las peras...fue idea de ella...un antojo...Y lo mejor es que seguro que cuando lleguemos a casa no quiera nada...y me pida que salga a comprar un chocolate...o una docena de facturas... que se yo...el médico dice que le faltan 15 días...pero no se...los médicos...15 días pueden ser una eternidad. Y me tiene al trote todos los días. “Que no me decís que estoy linda...que cociname esto, aunque sean las 3 y media de la mañana...que estás poco cariñoso”...Espero que ese crío llegue pronto...Vió cómo es Don Mario – le dije al dueñ -. ¿Le molesta si le digo Don? -. Pero Mario no contestó . - Haceme el favor de alcanzarle las bolsas mientras yo arreglo un temita con tu jefe – le dije a Ricardo.
- Bueno - dijo Ricardo. Parecía deseoso de irse de ahí.

Me puse a hablar con el dueño.

- Tiene buena mercadería acá -.
- Si - titubeó.
- Lástima que ande escamoteando las peras... -.
- ¿Las peras?. Si, claro... - murmuró nervioso.
- Las forsecas -.
- ¿Las qué? -.
- Esas - dije señalando el cajón de peras ahora medio vacío, mientras agarraba las Uzi. - Mario, una preguntita más -.

El tipo estaba espantado hasta la médula.

- ¿Tiene seguro contra todo riesgo? -.
- No - dijo.
- Qué lástima - comenté y empecé a disparar las ametralladoras. Iba de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Pulpa de tomate, remolachas destrozas, lechugas esparcidas por todo el local, pomelo que reventaban como bombitas de luz al estallar, uvas que volaban por los aires. Las estanterías destrozadas, las paredes agujereadas, las luces destruídas. Nada quedó en pie. Disparé hasta que se agotaron las balas. Entonces agarré las 9 mílimetros y seguí disparando hasta que terminé los cargadores.

Mario no lo podía creer. Guardé las armas. Cerré el sobretodo. Hacía frío y no quería enfermerme. Me di vuelta para irme. Saludé al dueño de la verdulería con un gesto. Justo en ese momento llegaba una señora mayor que se quedó contemplando el espectáculo.

- ¿Vió Mario? - dijo. - Yo le avisé, pero no me hacía caso - comentó mirándome. - Siempre tiene verdura mala... -.

- Si. Y las forsecas vienen pésimas...Que terminen bien el día - dije y me fui para el auto. La llovizna estaba más intensa. Molestaba bastante. En el camino de vuelta iba a tener que usar los limpiaparabrisas. De eso no había dudas.