CARGA
Ahí pasan Los Muertos del General Gancedo. Van todos juntos y amontonados. Galopan haciendo estropicio, pisando jeringas, pastos, rayuelas, pistolas, veredas, parques, carteles de "Prohibido pisar el césped". Son muchos Los Muertos del General Gancedo . Andan aullando, espantando a la gente que se los cruza.
- ¡Ahijuna! - grita el Moncho Rodriguez, con marcas de mil batallas y torturas en la espalda y en esa pupila negra que solo se dilata si su dueño huele sangre.
- ¡Ahijuna! - chilla Etemencio Vulgar, más paraguayo que el tereré. Empezó a combatir junto a Los Muertos del General Gancedo por una de esas casualidades que tiene la vida y cuando no es casualidad son el destino o la suerte o no es ninguno y qué tanto ni tanto. Anda con la huella de un sable cruzándole la mejilla izquierda, que ya no se acuerda el Etemencio si fue la primera que nuestro Señor Jesucito mío ofreció o la que puso después que le pegaron en la otra, pe'io po'qi tingo que saver morocho pinga'o, coño, maldice Vulgar, robando un insulto a algún mercenario que lo habrá atacado a grito pelao aiá en el pueto alguna vuelta, vo' sabí, lehos en el tiembo y hase yato.
- ¡Ahijuna! - vocifera El Sargento, es duro El Sargento, tanto que han querido atravesarlo con lanza, sable, flecha, espada, aguja de tejer sin lograrlo, que lo digan Los Muertos del General Gancedo que galopan amuchados levantando polvaredas de transpiración, abrazándose al viento, escupiendo el sol para que no les caliente tanto las molleras y las tripas después de venir Dios sabrá desde dónde porque ellos no lo saben ni nunca lo supieron. "¡A la carga, carajo!" ordena El Sargento ante la presencia del enemigo. "¡A la cama, carajo!" manda paternal después del postre al lado del fogón.
- ¡Ahijuna! - exclama la patota hirsuta. Gritan y aúllan y esperpentan Los Muertos del General Gancedo, el más glorificado de todos los generales. El más condecorado. El General Leónidas Urtimbre Gancedo, hijo del viejo Gancedo y de la vieja Dolores Iriarte de Zuribirtía. Nacido primogénito un de del año de nuestro señor Jesucristo . Andaba montado el General en su matungo negro, el único entre Los Muertos del General Gancedo que anduvo en un caballo negro, el único que no creyó la profecía.
Me los crucé una vez a Los Muertos del General Gancedo, una solita, una. Fue en una pulpería. Me cargué a un morocho del General que se había puesto pesado. También a otro que lo quiso ayudar. Y a un tercero que me miró fiero. Luego el resto de Los Muertos del General Gancedo que estaban allí hicieron una reverencia de respeto, rajáronse un pedo alevoso, levanta-ron los cuerpos de sus compañeros bravuco-nes al aire del alcohol y se fueron. Nunca más volví a verlos.
Los Muertos del General Gancedo ya no son los mismos que fueron, ni los mismos que serán. Estos aspiran cocaína, se inyectan jarabe para la tos, toman gaseosas descafeinadas, tienen sponsors y piden prima, sueldo y premios por puntos conseguidos. Al Moncho Rodriguez apenas se le reconoce. Ya está viejo, la piel pegada a los huesos, los huesos chupando la carne, la sangre reseca en las venas pinchadas, los dientes caídos, anteojos para leer de cerca y bastón para bajar del caballo. ¿Qué edad puede tener el Moncho, que ahora se pierde con su montura entre tanto auto que le toca bocina en el Obelisco?. "La Pampa ya no es lo que solía ser, ¡carajo!" grita desorientado como hiena en restaurante vegetariano. La china hace rato lo dejó y ahora quieren embargarle el sueldo por no pasarle su parte de los alimentos para los guríes.
"¡Que suene el clarín!" vocifera El Sargento cuando ve llegar a los camiones hidrantes, avanzando implacables cucarachas azules, escarabajos violetas, caracoles celestes, tortugas fucsias. Pero si este hombre ha de tener ¡145 o más años!. Está mejor que el Moncho Rodriguez. Se ve que la cirugía estética le hizo muy bien.
Etemencio Vulgar viene a toda velocidad en su silla de ruedas, "¡p'ishta is the wheel chair come si fuera, mascalzone, hombre, pos' que la que usa Chistopher Reeves!" grita al pasar.
- ¡Ahijuna tenía que decir, viejo repelotudo! - le espeta sin más un novato que no conoce de respetos ni jerarquías ni de años en servicio ni de enemigos matados a sable y cuchillo, a lanza y flecha, a pura boleadora, pero ¡¿qué mierda dijo, pendejito mal criado?!. ¡Discúlpese de inmediato! - ordena El Sargento. - ¡Hombre y me he quedado corto como para decir que usted es un gusano insignificante y hediondo al lado de este gigante de la lucha!. ¡ A ver, che! -.
- ¡Perdone abuelo! - se disculpa el novato y al irse se ve el cartel de "auspicia este evento" en la espalda de su campera de cuero Hard Rock.
Unos pocos todavía tienen la cabeza de algún indígena colgando de la punta de una lanza, apestan los cráneos putrefactos, llenos de alimañas y puchos de cigarros. Los más civilizados tienen una foto en la billetera donde aparecen sosteniendo la cabeza del infiel al mejor estilo pescador de pejerreyes.
Los Muertos del General Gancedo ya no es el ejército valiente, bravío y nebuloso que fuera alguna vez, en los días que me los crucé cuando pasaron por el pueblo levantando polvo. La estela que hoy dejan no es de muerte, muertos, heridos, tullidos, inválidos, mancos, patipalos, tuertos, huérfanos y viudas que dejaran otrora. Hoy es de bichos y mal olor, de aliento fétido, de ropas de jonkies sin lavarlas por uno, siete, veinticinco años. "Limpia-me, sucio" reza el anca de un pinto. Los Muertos del General Gancedo ya no son lo que solían ser antaño de antaño de antaño.
Entonces ¿qué decir del General Leónidas Urtimbre Gancedo? si su tropa está en ese estado en el que te dejan el sopor y los representantes y la televisión mal cortada y las elecciones y los gobiernos. Está atado a un arnés construido con madera de la cruz de una iglesia que una vez ¿hace ya cuántos años Vulgar? y que se ió si vo' don't know que sos el qi'ieva la cuenta, una iglesia que fue quemada hasta los cimientos, las cenizas echadas a los cuatro vientos, la tierra donde estaba removida y lanzada al río; pasaron a degüello a todos los que trabajaron en su construcción, al que la había diseñado, a sus ayudantes, a los que habían ido, al cura y a los monaguillos, a la señora que la limpiaba, a los turistas, despenaron a los que la vieron, a los que alguna vez pasaron por ese pueblo y oyeron la historia de aquella iglesia; le cortaron las gargantas a los que dijeron alguito, nomás fuera un comentario, una oración, una palabra y despacharon a los que tuvieron algún papel, libro o diario que mencionara aquel templo de Dios. Así siguieron Los Muertos del General Gancedo masacrando gente hasta que no quedó nadie, ni cuerpo ni alma ni espíritu que supiera la historia de esta iglesia que ya no era ni recuerdo ni memoria ni palabra.
Gritan Los Muertos del General Gancedo, desaforados, gargantigastados, alambicados. -Con las últimas fuerzas que les quedan abandonan la ciudad, buscando campos con infieles para traer al camino del señor bajo el peso de nuestro sable cristiano y argentino hasta la muerte, corren tras el caballo del General, que trata de escaparse de esos locos que lo acechan, con los huesos del más santificado de todos los generales sacudiéndose a cada paso, salto, trote, pasotrotesaltotrotegalopepasogalopetrotestopgalope, con la tropa creyendo que el General Gancedo hace señas para que ataquen cuando su calavera cae para adelante, muy adelante, sopla fuerte el viento y Los Muertos del General Gancedo confunden el silbido del aire con el clarín que toca ¡a la carga!, y ven la calavera del General zamarreándose tan adelante, bien adelante, macho adelante, ataquen adelante, se bambolea la calavera añosa y polvorienta y Los Muertos del General Gancedo la persiguen adelante, adelante, siempre adelante.