jueves, marzo 04, 2004

EL ABRELATAS

Julián llevaba tres días en aquella dieta y comenzaba a sentirse a gusto. Era, de hecho, la única cura de peso que alguna vez le diera resultado. Frutas y verduras, verduras y frutas. Nada de bebidas durante las comidas, y respetar las horas de digestión de los alimentos sólidos. No era difícil. Lo complicado era resistir las tentaciones. Pero sí, esta vez estaba decidido.

Le había propuesto casamiento a la mujer con quien vivía.

Quería estar bien, bien por él, bien para ella. Tenía el cuerpo trabajado por el deporte, el padle, la bicicleta, el fútbol de los lunes y los ejercicios de tae-bo. Pero con panza, esa panza que se negaba a irse, esa panza que él se negaba a bajar.

Pero esta vuelta iba en serio.

Cortó los tomates, picó la lechuga, agregó zanahoria de una bandejita comprada en el supermercado. Faltaba abrir las latas. Remolacha, hongos, granos de choclo, arvejas, brotes de soja. De segundo plato, unos palmitos.

Agarró el abrelatas chiquito y lo clavó en la primera de las latas. Pero enseguida se dió cuenta que estaba roto.

- Uy, no, la puta madre - exclamó por lo bajo.

Al llegar a casa se había puesto cómodo, sacándose la ropa del trabajo. Estaba en short. Le daba fiaca volver a vestirse para salir. Pero la dieta estaba antes que la comodidad.

- Puta madre - repitió.

Miró la hora en el reloj. Las 2 y media de la tarde. Recordó que la ferretería de Don Roberto, de la que era cliente habitual, estaba abierta. Fue hasta el cuarto, se puso unos jogging, unas zapatillas, un buzo y una gorra de beisbol. Calculó que el abrelatas saldría un par de pesos. Agarró un billete de 2 pesos y otro de 5, por si acaso. Iba a comprar uno igual al que tenía. No quería gastar en los otros con rueditas y manijas. Para comprar uno de esos esperaría a ir a algún supermercado de los grandes. Ahí siempre estaban más baratos.


Llegó a la ferretería y saludó a Don Roberto, el dueño.

- Hola, ¿cómo anda Don Roberto? - dijo.

El ferretero lo miró extrañado por tanta familiaridad.

- Buen día – le respondió seco
- Buen día – saludó sorprendido Julián.
- ¿Qué necesita? - preguntó el ferretero sin dar muchas vueltas.
- Puede tutearme Don Roberto. Siempre me tutea -.

El hombre se sacó los anteojos para mirarlo bien.

- No veo porqué. Yo a usted no lo conozco -.
- ¿No me...?. Que no me conoce dice...Pero si vengo todos los días, vivo allá, y tengo el negocio de... -.

Roberto puso cara de "no entiendo de qué me habla".

- ¿Va a llevar algo o no? - preguntó de mala manera.
- Y, si, bueno... -. Julián no salía de su asombro. - Quería un abrelatas, de los chiquitos, los de 1 peso -.
- ¿Un qué? -.
- Un abrelatas - repitió Julián.
- No se...no...no tengo...¿un qué? - repitió don Roberto.
- Un abrelatas...Usted sabe...un... -.
- No, no se qué es eso. Un...abre-la-tas... - dijo con dificultad.
- Si, ¿cómo que no sabe qué es?. Un abrelatas, para abrir las latas. Así, como una llave mariposa con una punta filosa. Abrelatas -.
- ¿Para qué sirve eso? -.
- Un abrelatas. Para abrir latas - dijo Julián un tanto ofuscado.

Pensó que don Roberto le estaba tomando el pelo o estaba arte rioesclerótico. Una de dos.

Entró otro cliente.

- Buen día -.
- Buen día, ¿cómo andás querido? - saludó Don Roberto mientras le estrechaba la mano al recién llegado. El ferretero se puso a charlar con él, olvidándose de Julián.
- Eh...disculpe - interrumpió Julián. El dueño de la ferretería le dirigió una mirada de desprecio mientras el recién llegado lo ignoraba y seguía hablándole a Don Roberto.

- Disculpe - repitió Julián - pero me estaba atendiendo a mi - dijo dirigiéndose al recién llegado.

El dueño de la ferretería apoyó las manos en el mostrador y resopló mientras sacudía la cabeza.

- Ya le dije que no tengo ese...ese... -.
- Abrelatas - dijo Julián -.
- Esa cosa - concluyó de mala manera Don Roberto.
- ¿Qué está buscando el señor? - preguntó el recién llegado al ferretero.
- Un abrelatas - dijo en mal tono Julián. - Estoy acá. Puede preguntarme a mi si quiere - increpó al recién llegado. El tipo ni siquiera lo miró.
- ¿Y eso qué es?. ¿Abre qué? - volvió a preguntarle el hombre a Don Roberto. El ferretero sólo se encogió de hombros.
- No le preste atención - le sugirió.

Julián no lo podía creer.

- Entonces ¿tiene o no tiene abrelatas? – preguntó molesto.

Don Roberto se quitó los anteojos de manera violenta e intempestiva.

- Escucheme señor: ya le dije que no se de qué me está hablando. No conozco ese dichoso...ese...el abre cosas ese... -.
- ¡Abrelatas! - exclamó Julián.
- Abrelatas...eso...y no me levante la voz, que acá el único que levanta la voz soy yo, ¿esta claro? – se enojó.
- ¿Qué...qué dice? -.

El otro tipo estaba mirándolo fijo, con los brazos cruzados.

- Déjelo Don Roberto, ¿no ve que no tiene nada mejor que hacer que andar por ahí molestando a la gente? -.
- ¿Por qué no me dice las cosas de frente? - se enojó Julián con el recién llegado.

El ferretero levantó la tapa del mostrador de un golpe y se abalanzó sobre Julián.

- ¡Vamos, fuera, fuera!. Váyase antes que lo saque a los golpes -.
- ¡Eso! – exclamó el recién llegado. - No se deje amedrentar -.
- ¡Pero...pero...! -. Julián no entendía.

Don Roberto corrió unos tachos de pintura y de atrás de ellos tomó una pala, con el papelito de precio colgando y todo.

- Se va... – amenazó el dueño de la ferretería.
- ¿Qué estaba buscando el hombre? - le preguntó el otro a Don Roberto.
- ¡Está bien!. ¡Me voy, me voy!. ¡Manga de enfermos! - gritó mientras se iba. - Hijos de puta. Locos de mierda - murmuró para si mientras cruzaba la avenida. Se le habían pasado las ganas de comprar el abrelatas. Tendría que arreglarse con la ensalada de tomate, lechuga y zanahorias.
Al regresar al edificio sacó las llaves. Buscó la que correspondía a la puerta de calle y cuando estaba a punto de meterla en la cerradura escuchó una voz detrás suyo.

- ¿Disculpe?. ¿Qué está haciendo? -.

Era Gimenez, el portero.

- Ah, ¿cómo le va? - respondió amigable. - Nada. Voy a entrar a casa. Eso estoy haciendo -.
- ¿Cómo dice? - preguntó el encargado.
- Que voy a abrir y voy a entrar a casa -.
- Pero señor... - dudó el portero - ...usted no vive acá -.

Julián lo miró un instante. Se le escapó una risa nerviosa.

- Muy bueno, muy bueno Gimenez. Buen chiste. Después nos vemos. Hasta luego -.

Intentó abrir la puerta pero la mano del encargado lo detuvo.

- No puedo dejar que haga eso señor – le dijo con firmeza.
- ¿Qué está diciendo Gimenez?. Déjese de joder que me voy a quejar con la administradora ¿me entiende? -.
- ¿Cómo sabe mi nombre señor? - preguntó el portero extrañado.
- Porque vivo acá. Ya le dije -.
- Y yo ya le dije que usted no vive acá -.
- ¿Se volvió loco Gimenez? – lo increpó enojado Julián.

Se abrió la puerta. Era Marta, la señora del 7º F, compinche de la novia de Julián.

- Hola Marta - la saludó nervioso Julián. - ¿Cómo le va? -.

Marta se quedó mirándolo con curiosidad y desagrado.

- ¿Y éste hombre quién es Gimenez? – preguntó al portero ignorando la presencia de Julián.
- No se. Dice que vive acá. Tiene llave de la puerta de calle y todo. Pero yo no lo conozco -.
- ¿¡Cómo que no me conoce?! - se sobresaltó Julián. - ¿Cómo que no me conoce? – repitió bajando el tono de voz. - A ver...a ver...Si no vivo acá ¿cómo es que tengo las llaves de calle y de mi departamento? -.
- Las habrá encontrado - exclamó suspicaz Marta, que lo estudiaba
con desconfianza. - Seguro que las robó - sugirió al portero. - Gime
nez, mejor llame a la policía - ordenó.
- No, no, ¿qué hacen?. Si yo vivo acá. Vivo con mi mujer desde hace 3 años ya. Marta...Por favor Marta...Si usted vino a cenar a casa con su marido varias veces – suplicaba Julián.
- ¡Qué dice hombre!. ¡Ya le dije que yo a usted no lo conozco se ñor! -.
- Vamos, deme las llaves y váyase de acá antes que llame a la policía – exigió Gimenez.
- Está bien. Llamen a la policía así arreglamos esto – propuso Julián.
- ¿Ah, encima sos vivo? - amenazó el portero. - Si viene la cana lo único que vamos a arreglar es que te arresten, ratero – le dijo mientras le ponía el índice en el pecho.
- ¡Pero cómo me van a arrestar si yo vivo acá! - se defendió.

Marta levantó las manos para que todos se callaran.

- ¿En qué piso vive? – inquirió.

Julián la miraba. Seguía sin entender. Esa mujer había cenado con él y su novia al menos media docena de veces.

- Tercero... - murmuró Julián. - Tercero C -.
- Usted no vive en el 3º C - le dijo el portero yéndosele encima.
- Tranquilo Gimenez - sugirió Marta. - ¿Y su novia cómo dice que se llama? -

Julián miraba al piso. Se estaba rascando la frente. No podía creer lo que estaba pasando.

- Mi novia...María...se llama María -.
- A ella la conozco. Y también al novio de ella -.
- ¿Qué? - se sorprendió Julián.
- Si, los conozco a los dos, a ella y a él. Son una pareja divina. Hace como tres años que viven juntos y él acaba de proponerle matrimo
nio -. A pesar de la tensión a Marta se le escapó una sonrisa de aprobación.
- No, no puede ser...si yo...no...vamos a llamarla al trabajo... -.
- ¿Qué trabajo? -.
- A María...a mi novia...vamos a llamarla al trabajo para que les confirme... -.

Gimenez tocó el 3º C.

- Hola -.
- Hola María, mi vida - se apresuró Julián. - Soy yo - dijo.
- ¿Quién? - preguntó María.
- ¿Cómo quien...?. Yo, Julián... -.
- ¿Quién...?. No...no se...¿Gimenez?. ¿Gimenez, está ahí? - preguntó María por el portero eléctrico.
- Si señora -.
- ¿Qué...qué pasa ahí? -.
- Nada señora -contestó Gimenez.

Julián estaba abatido. Se había apoyado contra la pared para no
caerse.

- Yo lo arreglo. Disculpe las molestias – concluyó el portero.
- ¿María? - preguntó Marta.
- Si, ¿Marta?. ¿Qué hacés? -.
- Bien...Bien...Che, María...Voy a comprar unas facturas y después paso a tomar unos mates, ¿querés? -.
- Si, dale - contestó María y cortó.

Gimenez le quitó las llaves a Julián de la mano, que esta vez no se resistió.

- Pibe, mejor tomátelas antes que llame a la policía -.

Julián lo miró totalmente desconcertado.

- Andate - repitió el portero mientras le señalaba la calle. - Dale, antes que esta me convenza de llamar a la cana -.
- Váyase de una vez - ordenó Marta.

Julián empezó a caminar de espaldas, mirándolos incrédulo. Luego se dió vuelta y apuró el paso.



María y Marta estaban compartiendo unos mates con factura cuando escucharon la llave en la puerta. Era Julián, que llegaba de la calle.

- Hola amor - dijo María.
- Hola - saludó Julián. - Hola Marta, ¿cómo estás? -.
- Bien bien - dijo Marta que se acercó a darle un beso. - ¿Y eso? -.

Julián traía algo en la mano.

- Ah...un abrelatas nuevo. Hoy al mediodía se me partió el otro justo cuando estaba preparándome la ensalada. Voy para la cocina a servirme algo - dijo Julián.
- ¿Querés una factura? - ofreció Marta.

Julián miró el plato con tentación. Luego sacudió la cabeza diciendo que no.
- No, gracias Marta. Es que estoy a dieta - explicó agarrándose la panza con las dos manos. - Y esta vez va en serio -. Hizo una pausa. - Esta vez la voy a bajar
del todo -.